Tatort. Una hora de crímenes sin glamur

Published in Etiqueta Negra, January 2012. 

Todos los domingos a las 20:15, mis abuelos, mis padres y mi hermana con su novio, cada quien en su casa, encienden la tele para presenciar un crimen. Mis abuelos lo verán en el salón, mis padres en la cama, y mi hermana y su novio habrán invitado a sus amigos y estarán tomando cervezas. En la pantalla aparecen los ojos de un hombre, acompañados por los primeros acordes de una melodía tan familiar que causa esa mezcla agradable entre anticipación y confort.

Mis abuelos, mis padres y mi hermana con su novio saben qué viene ahora. Lo han visto miles de veces. Literalmente. Es Tatort que en alemán significa Escena de crimen, la segunda serie con más trayectoria en el mundo, después de la inglesa Coronation Street. Desde noviembre de 1970, los domingos de ocho millones de alemanes están dedicados a una serie policíaca que carece por completo de glamour. Tatort es un puente entre generaciones y clases sociales, como el fútbol, sólo que siempre ganan los mismos.

Para nuestros padres y abuelos, ver Tatort es una costumbre que sobrevivió la caída del Muro de Berlín y que mantienen como oposición pasiva a la fábrica de entretenimiento que es Hollywood. Para los jóvenes es una tradición heredada: una manera de recrear un mundo que ya no existe, o que tal vez jamás haya existido fuera de nuestra imaginación infantil. Nos reunimos a mirar asesinatos, violaciones y tragedias humanas porque nos recuerda a la familia, a casa, a un mundo intacto. Tatort es un vestigio burgués y provincial en un mundo cada vez más dominado por la tecnología y el cosmopolitanismo de la Unión Europea. Y como muestran las «noches Tatort » en los bares modernos de Berlín, las conversaciones animadas en Twitter durante cada episodio, las reuniones en casa de amigos para ver un capítulo de estreno: a los jóvenes alemanes contemporáneos nos encanta esa ilusión de estabilidad que da la vida acomodada.

A las 20:16, se acabó la intro mítica, una secuencia al estilo James Bond que desde hace cuatro décadas muestra los ojos azules del mismo hombre. Se llama Horst Lettenmayer y le pagaron cuatrocientos marcos por el papel, con lo que se pudo haber comprado un coche de segunda mano en estado mediocre. Desde entonces ha puesto varias demandas para que le paguen más dinero. En vano. Ahora ya sabemos en qué ciudad tiene lugar este episodio: Múnich. Los comisarios: Ivo Batic, de ascendencia croata, y Franz Leitmayr, bávaro. Mi madre estará contenta. Franz Leitmayr, un hombre alto y canoso que habla con el suave acento y la «r» redonda de alguien que ha crecido en Múnich, le parece muy atractivo.

Las producciones van a cargo de las respectivas emisoras públicas regionales, con comisarios propios. Pero no es como en CSI, donde Nueva York, Las Vegas y Mia mi tienen una serie aparte. En Tatort cada uno hace lo suyo, pero todo se transmite como un solo programa. Es el sistema federal a lo alemán, aplicado a la producción televisiva. Cada episodio de Tatort está ambientado —y escrito y producido— en una de quince ciudades alemanas, o en Viena o Lucerna. Aparte de algunas metrópolis como Berlín, Hamburgo, Múnich o Fránkfurt, las ciudades son secundarias o hasta menos, como Kiel, Ludwigshafen, Konstanz o Saarbrücken. Imagínese un CSI en Lexington, Kentucky, o Lincoln, Nebraska. Así de provincial.

Cuando el episodio es en tu ciudad, los personajes hablan con tu dialecto y se comportan de acuerdo a los estereotipos que te caracterizan. Un apodo cariñoso de Tatort es «Länderspiegel mit Leichen», con referencia a un noticiero que cubre temas regionales y provinciales. «Noticiero regional con cadáveres». En Berlín (capital, tres millones y medio de habitantes, pobre, creativa, multicultural) tienen otros problemas que en Stuttgart (seiscientos mil habitantes, adormilada y tacaña). La audiencia varía mucho de una ciudad a otra, pero no como uno podría pensar: las ciudades pequeñas a menudo les ganan a las grandes. Es allí donde Tatort se diferencia del fútbol: no se basa en orgullo local. La provincia es más popular que la metrópolis. Los episodios con más audiencia son los de Münster, una pequeña ciudad de trescientos mil habitantes: a su popular pareja de comisarios (uno tosco y grosero, el otro pedante) la ven una media de diez millones de personas. Los menos populares son los capítulos de Hamburgo: con seis millones de espectadores, la segunda ciudad alemana está al final de la lista en rating. Dependiendo de la ciudad que toca, mi hermana se pasa la noche imitando un acento u otro. El sajón (ciudad: Leipzig) es su preferido.

Cinco minutos despues de la introducción, se va cristalizando el argumento, la trama del episodio. Batic y Leitmayr creen tener todas las pruebas para condenar a un presunto asesino y violador. Una de las víctimas sobrevivió. La ambiciosa defensora pública, sin embargo, consigue desmantelar el caso, cuestionar la credibilidad de la víctima y desestimar las pruebas alegando que no han sido obtenidas de manera legal. El juez absuelve al presunto asesino. La chica que sobrevivió a la violación y la hermana de otra chica que murió, igual que los dos comisarios, están en shock ante la decisión. Los espectadores también lo estamos. La dificultad de juzgar con certeza un crimen sexual y el conflicto entre el poder judicial y ejecutivo son temas que se debaten con regularidad en los medios de comunicación. Es como si a los alemanes les gustara continuar las discusiones serias también en los programas que deberían ser para divertirse. Desde el primer episodio, Tatort ha reflejado a la sociedad alemana. Hace cuarenta años, todos los comisarios eran hombres. Recién a fines de los setenta introdujeron una mujer como policía protagonista; duró sólo tres episodios. Hoy hay veintiún comisarios hombres y ocho mujeres. Un adecuado reflejo de la sociedad alemana, que desde fuera pudiera parecer menos sexista de lo que es.

Los argumentos se basan en la actualidad, y, aunque esté lejos de la vanguardia artística, esta serie policíaca, que a primera vista parece empolvada, es el vehículo que muestra nuevas tendencias a un público amplio. El primer episodio de 1970 pasaba largos ratos en Alemania del Este, en una época cuando el canciller de la República Federal, Willy Brandt, perseguía una activa política de acercamiento con el hermano comunista. En ese capítulo, el cadáver de un joven en Alemania Oriental era encontrado vestido con ropa de Alemania del Oeste. Un comisario de Hamburgo decide investigar por su propia cuenta y se infiltra en Alemania del Este y descubre una historia sórdida entre una familia partida en dos por la frontera alemana. A finales de los setenta, Wolfgang Petersen hizo varios episodios antes de dedicarse al formato opuesto en Hollywood dirigiendo Air Force One y Troya. En ese entonces causó furor cuando dirigió un episodio sexualmente explícito, con una Nastassja Kinski adolescente en un papel de Lolita. En los noventa, con el turismo sexual en auge, Tatort trataba del tráfico humano con mujeres y niñas tailandesas. También de la crispación entre las dos Alemanias, ahora unidas. En estos días hay cada vez más padres solteros, más choques culturales por la inmigración, más estrés a causa del desempleo y del miedo al descenso social, más facetas de la cultura juvenil. El espionaje tecnológico, los problemas del sistema sanitario, o la homosexualidad en el fútbol profesional son algunos de los temas que se han tratado en los últimos dos años.

Tatort suele preparar el terreno para el programa de debate político más prestigioso en la televisión alemana, que se emite justo después en el mismo canal y en el que participan varios ministros del gobierno o hasta la jefa del gobierno. A las 20:15 un hombre se muere por haber comido un yogur contaminado en la ficción; a las 21:45 un ex ministro de Agricultura, una ex ministra de Medio Ambiente, un agricultor ecológico y uno de los empresarios alimentarios más importantes del país debaten sobre los pros y los contras de la agricultura ecológica.

Hoy, sin embargo, no pasará. La presentadora del programa de debate está de vacaciones. Una pena. Frustrado con la justicia y la policía, el ex novio de la chica violada ha declarado que quiere buscar justicia por cuenta propia matando al violador, y nosotros, los espectadores, alemanes con fe en nuestras instituciones, nos encontramos en la situación inesperada y poco cómoda de estar de acuerdo con él. Se está haciendo interesante.